He cogido las gafas de sol y las
llaves de mi automóvil partiendo rumbo al garaje de mi casa. Hoy tenía ganas de
sentir la libertad, sentir como el viento me despeinaba, sentir como el viento
me acariciaba. Me he aposentado cómodamente en él, he quitado el techo y he
introducido un pendrive con la música seleccionada para el evento liberador.
Nada más salir, notaba como los
rayos ultravioletas penetraban por mi cuero cabelludo. Notaba el calor. Notaba
el masaje calentito. Mi intención era cruzar la urbe y emprender destino a una
pequeña carretera que conozco, a las afueras, poco transitada y que corona un
pequeño monte donde existe un mirador desde el que se contempla toda la ciudad.
Era consciente, que hoy era un día laboral, que no me encontraría a nadie en mi
estampida, que estaría solo, que quería estar con ella y que quería abrazar a
solas, a la soledad. Deseaba escuchar el ruido del silencio.
Aún dentro de la urbe y ansioso por llegar a la carretera solitaria
para poder aumentar el volumen de mi reproductor, me detengo en un semáforo en
una vía amplia de dos carriles para cada sentido. Circulaba por la derecha y
era el único coche que estaba detenido, contando los segundos para que el
lucero administrador de seguridad vial, mutara al color verde. A los pocos segundos, se detiene paralelo a
mí, un vehículo.
Miro por pura chafardería y observo que es pilotado por una
chica, rubia y de aspecto muy agradable para mis ojos. Retomo mi atención a la
circulación y veo nacer la luz verde. Salgo lentamente, me gusta ir despacio.
No tenía prisa, es más, tenía todo el tiempo del mundo. La conductora hermana
de vía, me adelanta con mucho ímpetu, con velocidad, con prisa, con un se acaba
el mundo, vamos, corre!.
A los pocos metros, ambos
carriles se convertían en uno, ella me ganó, yo le deje ganar, yo no competí. Ya en calzada única, divisaba como se alejaba
de mi presencia. Había sido un placer para mis ojos, anónimo y fugaz, muy
fugaz. A lo lejos, diviso como el coche
de la rubia veloz, realiza un viraje rápido y descontrolado, comiéndose literalmente
el capó de su vehículo una farola que perpetuaba desde hacía décadas con aires
de grandeza, vigilante como siempre, en su acera. La colisión, hizo rebotar el
coche de la piloto quedando este casi por voluntad divina, perfectamente
estacionado en la calzada al final de una hilera de vehículos estacionados. De
la nariz del vehículo, emanaba un denso humo blanco.
Accioné mi lámpara señalética de
color rojo, hacia la derecha, y detuve mi coche detrás de la come farolas. Me
bajé y anduve los escasos metros que me separaban del vehículo resfriado. Al
llegar, observé como la rubia, le daba golpes al volante de su pobre auto
herido. Toqué con suavidad la ventanilla, con unos leves golpecitos de nudillo.
Ella se giró, me miró y deshizo el muro de cristal que nos separaba.
-Hola, estas bien?, le dije.
-Sí, estoy bien, he mirado un momento el móvil….y ya sabes lo que
pasa. Gracias.
-Seguro, no te has hecho daño, necesitas algo?.
-Gracias, estoy bien, pero me he cargado el radiador del coche, no
puedo circular……suspiró.
-Bueno, lo importante es que estés bien, llama a la grúa y todo
arreglado, le dije.
-Sí, la llamaré, pero tengo mucha prisa, tengo la reunión más importante
de mi vida. Llegaba tarde…., me dijo con voz temblorosa.
-Quieres que te lleve a algún sitio, no tengo prisa?.
-Me miró, pensó unos segundos y me dijo: de verdad?
-Sí, sí, de verdad, no me importa. No tengo nada importante que hacer.
-Gracias, eres muy amable, susurro ella con una fisonomía facial de
chica buena, avergonzada por lo que había hecho.
Nos subimos al biplaza y le dije amablemente; dónde te llevo?. Me dio
la dirección. Correspondía a un edificio de oficinas a las afueras de la
ciudad, justo en la ruta que tenía prevista realizar en ese día de escalada motorizada al monte.
Le dije; mira, justamente iba para esa zona. Ella me contestó, sí, de
verdad?. Yo asentí con míi cabeza; sí, voy a las afueras de la ciudad.
Al accionar el motor de arranque de mi coche, automáticamente se puso el
coche a recitar mi música. La música que iba escuchando. La música seleccionada
minuciosamente por mí, para el evento del día.
La rubia, de forma entusiasmada, me dijo: ohhhh, me encanta esta
canción!, puedo subirla?.
Claro que puedes, es una de mis preferidas. Iniciamos juntos la
travesía prevista.
-Vas a trabajar?, me pregunto.
-No, voy de paseo, estoy de paseo. Contesté.
-De paseo?, interrogó. Ahora, esta vez, con cara de niña buena, de
niña inocente.
-Sí, hoy me he tomado el día libre, el día para mí, el día de
autodisfrute.
-Jolín, que suerte, que envidia!, contestó ella con una voz que
mezclaba la euforia y el sosiego pensativo, a la vez.
Yo me había puesto mis gafas de sol en forma de diadema, la miré, y sus
ojos coincidieron a la perfección con los míos. Contesté a la última afirmación
de la guapa chica con un disimulado guiño de mi ojo derecho. Ella sonrió, giró
su cabeza y pude observar como miraba hacia delante, sin mirar, sin ver. Su
mente no estaba allí.
Se hizo el silencio. Solo nos separaban unos centímetros entre los dos,
y una agradable melodía de fondo. Ahora el viento nos acariciaba a los dos.
Observando, sin delatar mi acción, con extremo cuidado por mi parte,
la miraba de reojo. En ese momento, pude divisar como la desconocida chica, se había
acomodado plácidamente en el asiento de piel del coche, inclinado su cabeza
hacia atrás y como su preciosa melena rubia bailaba un sensual tango con el
aire.
Al tener ella los ojos cerrados, me recreé, me aproveché de la chica.
La contemplé con detalle, con precisión analítica. Era guapísima, era gusto el
tipo de mujeres que me gusta. Vestía ropa informal, pero con elegancia. Su falda
era una galería de arte, donde se exponen obras para ser observadas. Su falda
no tenía ni la más mínima intención de ocultar esas piernas, a ningún atento
espectador. Tenía unas piernas, preciosas.
Sin ser una persona ducha en el aspecto, podía concluir con facilidad
que era una chica estresada. Se le notaba en todas las células de su cuerpo. Yo
era sensible para la identificación de esas situaciones del ser humano del
siglo XXI.
Sin aviso previo, sin abrir y mostrar al mundo sus preciosos ojos, la
chica con boca sensual, dijo; joooo! Que relajante es esto, música, aire en
la cara!. Abrió sus ojos de golpe, se giró y me dijo con una sonrisa en la
cara; me llevas cada día al trabajo…?
Sabía que me había pillado mirándola, y lo peor de todo es que sabía
que ella era consciente que lo estaba haciendo. Fijé con disimulo, de nuevo, mi
mirada en la calzada, y contesté, sin pensar, sin medir mis palabras; te llevo
a donde quieras, el resto de mi vida, si me sonríes así.
El silencio, nos volvió a visitar. Yo la miraba de reojo. Ella me
miraba exactamente con la misma pésima estrategia de camuflaje, a mí. Su cara
era diferente, era pensativa, muy pensativa.
Mi enferma masa gris, me iba autointerrogando: Es la melena de esta
guapa chica, mi bandera izada al viento, de la conquista de un barco encontrado
a la deriva en el mar?
Ella, no sé que pensaba. Cerró de nuevo sus dos estrellas oculares y
se dejó llevar en mi asiento, deslizándose sobre él, nuevamente.
Al llegar justo al desvío que nos llevaría a la dirección que me había
facilitado ella, sin razón aparente, sin meditación previa y con ausencia plena
de sentido común, la pasé de largo. Proseguí en dirección al destino que tenía
prefijado antes de tropezar con la niña guapa. Ella, de ojos cerrados y melena
suelta, no fue consciente de mi acto.
A pocos kilómetros, me desvié hacia la carretera desierta, repleta de
curvas y rodeada de abundante vegetación. Llevábamos pocos minutos en ella y la
chica, volvió a alumbrar el mundo, abrió sus ojos.
Dónde estamos?, me preguntó con una cara que intentaba disimular su
entusiasmo.
Hoy, no vas al trabajo, le contesté yo, sin retirar mi mirada de la zigzagueante
carretera.
Me secuestras? Contestó ella con una sonrisa en sus labios.
Observé justo a la derecha, un pequeño llano. Aún no habíamos llegado
al replano que corona la montaña, objetivo de mi excursión liberadora. Detuve
el coche, apagué el motor, extraje las llaves y me bajé. Cerré mi puerta al
salir y sin hablar, sin mirar, me fui a la puerta de la pasajera del día.
Estiré mi brazo sosteniendo al final, en mis manos, las llaves del coche.
Tienes 10 segundos para escapar, toma las llaves de mi coche y vete.
Cuando llegues a tu oficina, deja las llaves escondidas en el parasol. Conozco
la dirección, iré más tarde a buscar el coche, y no te preocupes por mí, me
gusta caminar y estamos cerca….., dije a
la chica que conforme aumentaba el tiempo, me parecía más y más guapa.
Ella se quedó sorprendida, pero
en mi opinión, era una sorpresa muy agradable para ella.
En el transcurso de los 10
segundos, interrumpí el silencio y le dije; además, debes de saber una cosa,
sino huyes, te follaré.
Yo estaba situado a 1 metro
aproximado de la puerta de ella, en el llano. La chica, me miró, con una cara
que no había visto en ella hasta ese momento y me dijo; acércate.
Me aproximé al coche hasta estar
absolutamente paralelo y tocando con mis piernas la puerta de ella. El coche
era bajo, y en mi posición, desde arriba, podía divisar con total claridad el
escote de sus senos.
Sin mediar palabra, la chica sacó
sus manos por la ventanilla y se dirigió directamente a mi pantalón. La
estructura del coche, parecía estar justamente diseñada para ello. Mi polla,
quedaba a la altura de la ventanilla. Sin parar de mirarnos a los ojos, notaba
como me liberaba el cinturón de mi pantalón y como bajaba lentamente la cremallera.
En unos segundos, mi polla estaba erecta. Me sacó la polla dura y me dijo sin
dejar de mirarme, acércate más.
Noté como su boca, estaba
caliente. Noté como se tragaba de golpe mi polla. Solté un suspiro y puse mis
manos en su cabeza.
Era muy buena practicando sexo
oral y se veía perfectamente que ella disfrutaba con ello. Sin mediar palabra
previa, se la sacó de la boca y me dijo; no me vas a follar, te voy a follar
yo. Abrió la puerta del coche y sin dejar de sostener mi polla dura en sus
manos, me tiró de ella como si de una cadena para perros se tratara, estirando
de ella mientras caminaba hacia un trozo con hierba verde corta que había detrás
de unos setos.
Me giró de golpe, me besó y empujó contra el suelo. Estírate me
dijo…
Estando estirado en el suelo, la
chica guapa, se situó de pie con las piernas abiertas sobre mí. Yo podía divisar
perfectamente su tanga. Acto seguido, me dijo; desde que te he visto en el semáforo,
me gustas y sabía que estabas loco por follarme. Se puso de cuclillas, se
apartó el tanga y se clavó mi polla dura, de golpe y hasta el fondo. La chica
rubia, soltó un fuerte gemido.
Empezó a cabalgarme como fuerza,
rapidez y clavándosela constantemente. Yo, divisaba de nuevo el baile de su melena
con el viento, pero esta vez, la chica de piernas bonitas, ojos bonitos y boca
sensual, me estaba follando en medio de la nada.
Estiré mis brazos, le levanté la
blusa y el sujetador. Tenía unos pechos preciosos ella y yo, una vista privilegiada
desde abajo. Se los agarré fuertemente y ella gimió. Sin dejar de agarrarlos
con fuerza, deslicé en ambas manos mis dedos índice y pulgar, presionando con
la fuerza justa los dos pezones de mi folladora rubia.
Ella, entre balbuceos, me dijo,
me voy a correr pronto, tienes una polla dura y perfecta para mi coño. Tú,
taxista guapo, no te corras, no he desayunado hoy.
Entonces, desplacé mis manos una
por delante de ella y otra por detrás. Con mis dedos, podía ahora tocar mi
polla que aparecía y desaparecía en su coño, por ambos lados. Uno de mis dedos
buscó la ubicación exacta de su clítoris. El otro, la entrada de su culito.
Empecé a mover mi dedo rápidamente
por su clítoris, haciendo presión sobre él. El otro, el que tenía en la parte
de atrás, lo introduje lentamente en su culito. La chica, la rubia, la piloto,
la folladora, gritó; diooossss!.
Empezó a correrse, notaba como
bajaba toda su humedad por mi polla dura y notaba como me inundaba mis huevos
de ella. Yo estaba a punto de explotar, a punto de escupir leche. Me controlé.
Al terminar de correrse ella, me
dijo; diossss que corrida más buena, ahora quiero el desayuno. Se levantó, se
puso de rodillas y se metió mi polla húmeda en su boca. La comía de maravilla,
en breve me haría escupir.
Ella, me miró y me dijo; quiero
tu leche taxista, yo le contesté; la vas a tener ahora, me tienes la polla como
una piedra, pasajera…..
Empecé a escupir leche, había
fabricado mucho, esta rubia me había hecho fabricar desde que se subió en mi coche.
Las primeras escupidas, salieron con muchísima presión. Mi pasajera, se tragó
hasta la última gota.
Al terminar de correrme,
incorporé medio cuerpo y la besé apasionadamente, sosteniendo mis manos en
ambos lados de su cabeza. Su boca, sabía a leche.
Hadamus, conductor, cauto,,,,