Era tarde, muy tarde. Al mirar por la ventana de mi habitación, la calle estaba desierta.
El clima, a pesar de estar en época hibernal, era soportable. En ese momento, solo tenía puesto unos vaqueros, desnudos mis pies, desnudo mi torso.
La iluminación era tenue, muy tenue. Adoro ver bailar las sombras en la pared que provoca la llama incandescente de una frágil vela.
De fondo, una suave melodía, un aire caliente y puro que me abrazaba en mi deambulación por la habitación.
No sé por qué ni para qué, pero tuve la necesidad repentina de salir a la calle, de pasear, de vagar por la ciudad. Acto seguido me dirigí al fondo de mi habitación, a mi armario. Extraje de él una camisa de blanco puro, un jersey azul de cuello de pico, un pañuelo de seda, mi sombrero y un abrigo.
Me vestí a toda prisa. Quería estar ya, salir ya, pasear ya. Con la impaciencia, casi salgo descalzo. Me calcé esos zapatos que tanto me gustan de charol, brillante como las estrellas, relucientes como el nácar.
En el recibidor de mi casa, detuve unos segundos mi huida. Me paré y cogí del mismo, uno de aquellos puros que me gusta saborear en momentos especiales, en momentos de reflexión, en momentos de placer.
Ya, en lo que denominan los políticos como vía pública, calzado, vestido y ensombreado, encendí mi puro. Inicié mi andadura, sin rumbo, sin meta, sin pensar. En la calle, solo estaba yo y el agradable repique de mis zapatos al colisionar con el duro pavimento.
Tenía una sensación rara, era una sensación de libertad, una sensación de que todo aquello que estaba allí, era para mí, si, si, solo para mí.
En mi cabeza, mientras exhalaba plácidamente el humo de mi puro, dejándolo deslizar suavemente entre la comisura de mis labios, resonaban dos cosas.
Como telón de fondo, tenía aquella agradable melodía de mi habitación, y como protagonista de la obra, como actriz principal, estabas tú.
Quería sin quererlo, sacarte de paseo, estar a solas contigo, enseñarte mi ciudad de noche y posiblemente, besarte a la luz de una farola.
Tu presencia era tan intensa en mí, que la agradable melodía cada vez era más difusa, más insignificante.
A los pocos metros de mi caminar, ya solo habitaba en mi mente un monólogo de ti, de tus palabras, de tus jajajajaj, de tus buffff, de tus :) o de tus P.
Recorría mentalmente todos y cada uno de los momentos vividos en distancia contigo, y queriendo sin querer, se me escapaba esa sonrisa de pillo que tengo.
Me senté en un banco del parque, saqué mi pequeño cuaderno de papel y mi viejo y despuntado lápiz de carbón. Empecé a dibujarte, empecé a imaginarte. La verdad, me saliste guapa, me saliste sexi!!!.
Sin pensar, sin meditar, queriendo y sin querer, culminé mi pequeña obra con tu nombre. Reinaba a pie de página de mi pequeño pedazo de papel. Entonces, acto seguido, sostuve el papel entre mis manos e incliné mi cabeza hacia atrás, en ese pequeño banco destartalado del parque de mi ciudad.
Sin darme cuenta, sin haber prestado atención previamente, observé que el cielo estaba sereno, estaba transparente, estaba poblado de lucientes estrellas.
Intentando jugar a encontrar las constelaciones, divisé que si realizaba una unión asimétrica mediante una línea imaginaria, podría crear en el cielo tu primera inicial. Cerré los ojos y pensé…uffff, como estas de tontín esta noche….
Al volverlos a abrir, incorporé mi cabeza a la postura natural de un bípedo y deslumbré a pocos metros de mí una roca natural, de dimensiones considerables y familia de toda una serie de ellas puestas cuidadosamente como decoración en aquel parque.
Tuve la necesidad de acercarme a ella, de tocarla. Cuando estaba ante su presencia, la rodeé con mis dos manos. El tacto era frío, pero a la vez, me parecía agradable.
Apreté mis manos contra ella, como queriendo dar pellizcos, como queriendo esculpir esa roca. Lógicamente, mis intentos fueron actos en vano.
Queriendo y sin querer, introduje mi mano derecha en el pantalón y extraje las llaves de mi casa. Con una de ellas, empecé a rayar la piedra. La definición, no era perfecta, pero la roca, la piedra, se marcaba.
A los pocos minutos, tenía dibujado en la roca una reproducción cuasi exacta al boceto de mi trozo de papel. Al final de mi gamberrada urbana, queriendo y sin querer, volví a coronar esa piedra con tu nombre.
Deshice mis pasos hacia mi casa, me desnudé, me tumbé encima de mi cómoda cama, puse encima de mi mesita de noche, mi trocito de papel y, queriendo y sin querer me dormí pensando en ti, me dormí pensando en tu nombre.
Hadamus, un gamberro urbano…
El clima, a pesar de estar en época hibernal, era soportable. En ese momento, solo tenía puesto unos vaqueros, desnudos mis pies, desnudo mi torso.
La iluminación era tenue, muy tenue. Adoro ver bailar las sombras en la pared que provoca la llama incandescente de una frágil vela.
De fondo, una suave melodía, un aire caliente y puro que me abrazaba en mi deambulación por la habitación.
No sé por qué ni para qué, pero tuve la necesidad repentina de salir a la calle, de pasear, de vagar por la ciudad. Acto seguido me dirigí al fondo de mi habitación, a mi armario. Extraje de él una camisa de blanco puro, un jersey azul de cuello de pico, un pañuelo de seda, mi sombrero y un abrigo.
Me vestí a toda prisa. Quería estar ya, salir ya, pasear ya. Con la impaciencia, casi salgo descalzo. Me calcé esos zapatos que tanto me gustan de charol, brillante como las estrellas, relucientes como el nácar.
En el recibidor de mi casa, detuve unos segundos mi huida. Me paré y cogí del mismo, uno de aquellos puros que me gusta saborear en momentos especiales, en momentos de reflexión, en momentos de placer.
Ya, en lo que denominan los políticos como vía pública, calzado, vestido y ensombreado, encendí mi puro. Inicié mi andadura, sin rumbo, sin meta, sin pensar. En la calle, solo estaba yo y el agradable repique de mis zapatos al colisionar con el duro pavimento.
Tenía una sensación rara, era una sensación de libertad, una sensación de que todo aquello que estaba allí, era para mí, si, si, solo para mí.
En mi cabeza, mientras exhalaba plácidamente el humo de mi puro, dejándolo deslizar suavemente entre la comisura de mis labios, resonaban dos cosas.
Como telón de fondo, tenía aquella agradable melodía de mi habitación, y como protagonista de la obra, como actriz principal, estabas tú.
Quería sin quererlo, sacarte de paseo, estar a solas contigo, enseñarte mi ciudad de noche y posiblemente, besarte a la luz de una farola.
Tu presencia era tan intensa en mí, que la agradable melodía cada vez era más difusa, más insignificante.
A los pocos metros de mi caminar, ya solo habitaba en mi mente un monólogo de ti, de tus palabras, de tus jajajajaj, de tus buffff, de tus :) o de tus P.
Recorría mentalmente todos y cada uno de los momentos vividos en distancia contigo, y queriendo sin querer, se me escapaba esa sonrisa de pillo que tengo.
Me senté en un banco del parque, saqué mi pequeño cuaderno de papel y mi viejo y despuntado lápiz de carbón. Empecé a dibujarte, empecé a imaginarte. La verdad, me saliste guapa, me saliste sexi!!!.
Sin pensar, sin meditar, queriendo y sin querer, culminé mi pequeña obra con tu nombre. Reinaba a pie de página de mi pequeño pedazo de papel. Entonces, acto seguido, sostuve el papel entre mis manos e incliné mi cabeza hacia atrás, en ese pequeño banco destartalado del parque de mi ciudad.
Sin darme cuenta, sin haber prestado atención previamente, observé que el cielo estaba sereno, estaba transparente, estaba poblado de lucientes estrellas.
Intentando jugar a encontrar las constelaciones, divisé que si realizaba una unión asimétrica mediante una línea imaginaria, podría crear en el cielo tu primera inicial. Cerré los ojos y pensé…uffff, como estas de tontín esta noche….
Al volverlos a abrir, incorporé mi cabeza a la postura natural de un bípedo y deslumbré a pocos metros de mí una roca natural, de dimensiones considerables y familia de toda una serie de ellas puestas cuidadosamente como decoración en aquel parque.
Tuve la necesidad de acercarme a ella, de tocarla. Cuando estaba ante su presencia, la rodeé con mis dos manos. El tacto era frío, pero a la vez, me parecía agradable.
Apreté mis manos contra ella, como queriendo dar pellizcos, como queriendo esculpir esa roca. Lógicamente, mis intentos fueron actos en vano.
Queriendo y sin querer, introduje mi mano derecha en el pantalón y extraje las llaves de mi casa. Con una de ellas, empecé a rayar la piedra. La definición, no era perfecta, pero la roca, la piedra, se marcaba.
A los pocos minutos, tenía dibujado en la roca una reproducción cuasi exacta al boceto de mi trozo de papel. Al final de mi gamberrada urbana, queriendo y sin querer, volví a coronar esa piedra con tu nombre.
Deshice mis pasos hacia mi casa, me desnudé, me tumbé encima de mi cómoda cama, puse encima de mi mesita de noche, mi trocito de papel y, queriendo y sin querer me dormí pensando en ti, me dormí pensando en tu nombre.
Hadamus, un gamberro urbano…
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